miércoles, 12 de febrero de 2014

Marquesina de autobuses

Arquitecto
Sergio Sebastián Franco


La intervención construye una pieza que recibe al visitante que llega a Daroca proporcionándole una imagen singular en un entorno periférico que nada tiene que ver con la belleza del municipio medieval. El casco urbano de Daroca responde a una situación geográfica en la que, previo a la construcción de la Mina la mayor obra ingenieril del s.XVI en España, las aguas de todo el territorio atravesaban la ciudad y sus murallas por su calle Mayor, un barranco que desaguaba en el río Jiloca. La marquesina se ubica en la prolongación de ese barranco extramuros, estableciendo un nexo con la ciudad antigua a partir de la reinterpretación de las estructuras de balcones y viviendas colgadas que asomaban sobre la calle Mayor. Se trata de una pieza que como homenaje a esta tradición  constructiva, se genera a partir de una visión muy estructural y matérica del proyecto.

El proyecto se desarrolla como dos planos muy marcados, suelo y cubierta, que construyen un espacio casi escultórico entre ambos de un confort suficiente como para acoger dentro al usuario en sus momentos de espera, pero que a su vez indique una presencia representativa, icónica e importante de cara al turista podría decirse que de la misma ciudad, sin establecer un elemento excesivamente construido y cerrado, sino más bien una imagen próxima a la de un pabellón de parque, a un elemento de mobiliario urbano. Este pabellón queda configurado por la combinación de tres sistemas distintos:

En primer lugar el funcional, que resuelve en una única pieza la confluencia del tráfico rodado y los accesos y salidas peatonales, como una pieza-alfombra que, levantada levemente del suelo, acoge el trasvase de tráficos, y les da salida mediante leves rampas y peldaños que establecen una solución de continuidad con la acera.

En segundo lugar el espacial, que establece la construcción de un ámbito o recinto diferenciado del resto del paseo, reconocible, pero sin generar un espacio aislado, sino más bien en continuidad. La idea pasa por generar un lugar de espera, un banco, en el que el usuario se sienta protegido, de la lluvia y del sol, pero integrado dentro del espacio urbano, no aislado en una burbuja sino con la posibilidad de seguir percibiendo la ciudad, su paseo, las montañas y la Puerta Baja de la muralla.

En tercer lugar el material, que genera una imagen cálida de un equipamiento que como una escultura, se establece en el paseo de la Constitución. Cubierta y suelo se delimitan por filtros de madera, celosías que acotan el espacio pero no impiden su entendimiento en continuidad, capaces de generar de forma unitaria y sencilla el mobiliario auxiliar que el equipamiento demanda,  los bancos y carteles dentro de una esfuerzo de limpieza material, en la que la calidez y tenacidad de la madera  de los antiguos jabalcones, tornapuntas y celosías, y lo pesado e inorgánico de la piedra se vuelven a componer en una nueva estructura “aguas abajo”






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